Blogger Template by Blogcrowds

Kaiser-Walzer

Kaiser-Walzer

Nota importante:

Este fic viene con banda sonora :P Cuando veáis un número [así], poned la canción indicada. No es obligatorio, pero mejora la historia.

1. El vals de las flores - Tchaikovsky

2. Beauty and the Beast --- Challenger Orchestra Disney Performance (http://www.youtube.com/watch?v=OjnyZ9vAV5I)

3. Kaiser-Walts - J. Strauss (hijo)

Primer tiempo

Narcissa Malfoy había disfrutado de un delicioso paseo por sus jardines. Ahora que la guerra había terminado, poco a poco su mansión había vuelto a ser lo que era. Los jardines estaban cada día más hermosos.

Narcissa cerró los ojos y dejo que la brisa del crepúsculo le acariciara el rostro. Cuando volvió a abrir los ojos, sintió una punzada de dolor en el corazón. Su mirada se había detenido en una figura recortada contra la ventana de una de las habitaciones de la mansión. Una mano se posó suavemente en su brazo. Narcissa apartó la mirada de la ventana y buscó las pupilas de su esposo, Lucius. Él le regaló una sonrisa. En su mirada, ella vio el mismo dolor que sentía ella. Su hijo no había sido el mismo desde el fin de la guerra. Y los dos se culpaban por ello.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Draco Malfoy al ver a sus padres abrazados bajo el sol poniente. Desde que la guerra había terminado, Draco había pasado mucho tiempo observando. Había descubierto muchas cosas. Una de las más maravillosas era el amor que aún conservaban sus padres. Draco nunca había tenido a sus padres por una pareja cariñosa, más bien al contrario. Pero, tras observarles juntos, descubrió que el amor que los unía era más profundo de lo que se podía explicar. Entre Lucius y Narcissa había un lazo poderoso, irrompible. Se comprendían y se respetaban, y también se amaban. No necesitaban expresárselo, porque lo sabían. Lo sabían con solo mirarse.

Draco suspiró. Le gustaría encontrar algún día un amor así. Pero lo tenía por imposible. El amor de sus padres era un amor nacido de años de convivencia, de frente común ante la vida. Juntos habían construido una fortuna, una familia. Juntos habían luchado por ella y juntos habían podido salvarla. Hacía falta mucho valor para ello. Y Draco dudaba tenerlo.

Desde el fin de la guerra, su existencia se había reducido a poco más que la de un fantasma. La mayoría, por no decir todos, de sus antiguos conocidos le rechazaban, unos por mortífago, otros por traidor. Pocos eran los que aún le mantenían la palabra. Poco le importaba. No quería hablar. No quería amigos.

En realidad, no sabía lo que quería. Había pasado media vida con unas creencias. Ahora, éstas estaban reducidas a cenizas. Estaba confuso. De pequeño, en ocasiones dudaba de si lo que le habían enseñado que era lo correcto era realmente lo correcto. Con los años, aceptó esas enseñanzas, a falta de otras, aunque nunca terminaron de gustarle. Ahora, esos valores se habían esfumado, pero Draco no creía que fuera tan sencillo “pasarse al otro lado”.

El rubio se apartó de la ventana y paseó la mirada por la habitación. La había convertido en su estudio particular. La había llenado de libros y mapas, para entretenerse e intentar encontrar algún camino. Había leído a historiadores, filósofos, teóricos y pensadores. Había examinado las creencias del mundo mágico, y también las muggles. Y se sentía incluso más confuso que antes.

Sus ojos se detuvieron en un objeto. Un globo terráqueo. Era un objeto familiar, una herencia de algún pariente. Se acerco para verlo. Por primera vez, se dio cuenta de algo: estaba bastante desfasado. En Europa se encontraban los Imperios Alemán y Austrohúngaro. Europa había cambiado mucho. Ya no había imperios, Europa había cambiado. Y lo seguía haciendo. En unos cuarenta o cincuenta años, el mapa Europeo había cambiado drásticamente, y la sociedad se había visto forzada a observar, aceptar y sustituir creencias y valores con cierta rapidez.

Draco esbozó una triste sonrisa: la historia reciente europea le recordaba a la suya personal. Eso le dio una idea.

- Quiero irme – anunció el rubio durante la cena. Sus padres lo miraron, sorprendidos.

- ¿Irte? – a Narcissa le tembló la voz.

- Sí, irme. Quiero irme de aquí. Necesito irme de aquí. Alejarme de todo esto durante una temporada.

- ¿Quieres ir a la casa de la costa? ¿O a la de las montañas? – sugirió su padre.

- En realidad, tenía pensado irme un poco más lejos.

- ¿A visitar a los primos de Irlanda, quizás?

- No – Draco esbozó una pequeña sonrisa – Quiero ir a Europa.

- ¿A Europa?

- Sí, a Europa. A Alemania, a Austria, a Francia… quiero ver toda Europa. Quiero conocer su historia y su gente.

Narcissa percibió la sonrisa de su hijo y el brillo en sus ojos. Por primera vez en mucho tiempo, parecía que el joven estaba dispuesto a vivir.

- Me parece una idea estupenda, cariño. Decide qué día tienes pensado marcharte y tu padre y yo haremos todo lo posible para prepararlo todo.

Dos semanas más tarde, Draco se despidió de sus padres. Los preparativos habían sido algo caóticos. Draco, en contra de los deseos de sus padres, decidió viajar de la forma más muggle posible. Tampoco quiso hacer un plan determinado. Se limitó a comprar un billete de avión a Venecia y a preparar una bolsa de viaje con algo de ropa, diccionarios de alemán, francés e italiano (de niño le habían hecho aprender alemán y francés, pero apenas lo recordaba) y una gran cantidad de mapas y guías turísticas. Había decidido dejarse llevar por sus impulsos, y disfrutar de lo que Europa pudiera ofrecer. La elección de Italia como primer destino había sido casual: fue la primera guía que compró.

Cuando por fin pudo pisar el suelo veneciano, Draco sintió que toda su energía se renovaba. Sabía que estaba tomando el camino correcto.

Segundo tiempo

Venecia era una ciudad hermosa e inagotable. Tras casi tres semanas en ella, Draco no se cansaba de visitar los cafés, cruzar los puentes y recorrer las calles.

Aquella era noche deliciosa. Una suave brisa transportaba las notas musicales de algún concierto. [1] Draco se dirigió hacia la plaza San Marcos. Allí, algunas cafeterías (probablemente, las más caras que Draco había encontrado en su vida) tenían pequeños grupos de músicos, generalmente cuartetos o quintetos de cuerda, representando todo tipo de piezas, casi todas música clásica o romántica. Draco disfrutaba especialmente sentándose con un café y viendo a las parejas, mientras escuchaba la dulce música.

Aquella noche deliciosa marcaría un antes y un después en su vida, pero Draco aún no lo sabía. Sólo sabía que era una noche particularmente hermosa. El quinteto de cuerda que estaba escuchando llevaba un buen rato interpretando valses, probablemente debido a la generosa propina que un joven italiano, intentando ligarse a una rubia de aspecto norteamericano, les había dado.

Draco sonrió ante los intentos del joven y la admiración de la chica, impresionada por el despliegue de romanticismo. Lo cierto era que en aquella ciudad se respiraba un ambiente romántico especial. Poco a poco, la plaza se fue llenando de parejas. Jóvenes que disfrutaban de un amor de verano, recién casado de luna de miel, parejas mayores recordando sus inicios… Sólo dos personas permanecían solas: Draco y una joven que escuchaba los valses con deleite. Ambos intercambiaron una mirada, y ella le regaló la sonrisa más bonita que Draco recordaba haber visto.

Al cabo de un rato, la joven se acercó. Draco supo desde el primer momento que se dirigía hacia él. Ella tenía fijos sus ojos azules en los suyos. Su cabello dorado reflejaba la luz de la luna y se movía al compás de unos pasos sincronizados con la música. Sus movimientos se amoldaban perfectamente a la canción que sonaba. Toda ella era una evocación de la sensualidad y la belleza. Draco no podía, ni quería, apartar la mirada de ella.

Sin romper el contacto visual establecido entre sus pupilas, ella se sentó en la única silla libre de la plaza: la que quedaba en la mesa del rubio, una silla que él mismo, con un ligero gesto, le ofreció. Ambos permanecieron así, mirándose, hablando sin hablarse, hasta que la pieza terminó.

- Gracias por dejar que me siente aquí - su voz pronunció las palabras en un inglés casi perfecto. Su acento, marcado, pero suave, le indicó a Draco que la joven no era ni inglesa ni italiana.

- Es un placer disfrutar de tan grata compañía.

Ella respondió con una sonrisa, y ambos guardaron silencio cuando la siguiente pieza empezó a sonar. Los ojos de Draco brillaron al escucharla musitar la letra de la canción. Aunque la pieza le sonaba, no entendía lo que ella cantaba. Sus palabras pertenecían a un idioma parecido al alemán. [2]

- Wandel nur zu zweit, eh es sich verschließt, erst war beiden bang, dann ganz ohne Zwang…

La canción  terminó. Ella, consciente de que él no la entendía, tradujo la letra.

- Algo entre los dos, cambia sin querer, nace una ilusión, tiemblan de emoción…

Jamás una canción había encajado tan bien en la vida de ambos.

- Bonita voz.

- Años de estudio. ¿Gran Bretaña o Estados Unidos?

- Inglaterra. ¿Alemania o Austria?

- Viena. ¿Qué hace un atractivo inglés sólo en una plaza tan romántica?

- Lo mismo que una hermosa austríaca.

- Disfrutar de la música.

- Y de la compañía.

Las primeras notas de la siguiente melodía empezaron a sonar. [3]

- Este es el vals más hermoso que nadie haya compuesto - comentó ella.

Draco se levantó y le tendió la mano. Ella, tras un par de segundos, comprendió y, tomándola, se dejó conducir por el rubio hacia una zona un poco más despejada.

Ambos bailaron al compás de aquel vals, el favorito de ella y ahora de él. Draco no había sentido aquello antes. Ya no había confusión. Lo pasado, había quedado olvidado. Sólo existían él, ella y la música. Ella atrapó su mirada durante todo el tiempo que duró el vals, y ambos leyeron en los ojos del otro todo lo que necesitaban saber.

Aquella fue la mejor noche de sus vidas. La noche en la que el mundo se detuvo por ellos. La noche en que supieron que habían encontrado a su alma gemela.

Tercer tiempo

Melinda. Así se llamaba. Melinda Schroeder. Draco jamás olvidaría su cara sonriente, sus manos frotando dulcemente sus ojos, su voz adormilada revelando su nombre. Melinda.

Durante los siguientes meses, ambos recorrieron juntos Europa. Draco le contó toda su historia. Ella no le juzgó. Le comprendió. Le contó su historia. Ambos habían estado perdidos durante mucho tiempo, pero ahora se habían encontrado.

Draco sabía que quería pasar el resto de su vida con ella. Cada hora, cada minuto, cada segundo.
En Florencia descubrió su alegría. En Roma, su gusto por el arte. En Viena, su talento musical. En Berlín, su gran inteligencia. Cada ciudad era un nuevo descubrimiento sobre ella y sobre él mismo. En París, frente a Notre-Dame, le pidió que se casara con él. Ella rió y le dijo que no era una buena idea. Él repitió la pregunta en la Torre Eiffel. El París nocturno a sus pies pidió a gritos que dijera que sí. Dijo que no merecía tal honor. Que no era la mujer más indicada para él. Que le haría daño. Que no sabía lo que estaba a punto de hacer. Él le dijo que sí lo sabía. Y ella dijo sí.

Se casaron un mes más tarde, en Inglaterra. Una boda íntima, casi secreta. Los padres de él. Potter, quien, en ausencia de amigos de uno y familiares de la otra, ejerció de testigo especial. Nadie comprendía muy bien la razón por la que Draco le había pedido que asistiera, ni la razón por la que Harry había aceptado, pero ahí estaba. Y también estaban ellos. Él radiante, ella más hermosa que nunca. Y de fondo, aquel vals que les acompañaría durante toda su vida.

La vida se volvió sencilla, tranquila. Ellos eran todo lo que necesitaban. Su amor era sencillo y profundo. No necesitaban palabras, bastaba una mirada. Una felicidad plena, un sueño del que no despertar.

Draco creía que no se podía ser más feliz. Se equivocaba. Cuando tuvo a su hijo por primera vez en sus brazos, se dio cuenta de lo mucho que había significado para sus padres. Entendió todo lo que habían hecho, comprendió todos sus errores. Sentía algo de miedo, pero también estaba feliz, porque en sus brazos descansaba un bebé hermoso, un bebé que Melinda le había dado.    

Un año después, el milagro se repitió. El embarazo había sido muy duro, tanto que incluso le sugirieron que lo parara, que esperara. Pero Melinda no quiso. Luchó por el bebé, luchó con todas sus fuerzas. El parto casi la mata.

La niña era pequeña y estaba un poco fría. Draco la abrazó con fuerza, deseando que entrara en calor. Al ver a su hijo, pensó que era el niño más guapo del mundo. Ahora que tenía a aquella diminuta criatura en brazos, nada en el mundo le parecía que podía ser más perfecto. Cuando la tuvo en sus brazos, entendió por qué su esposa había querido luchar tanto por ella.

Los dos niños crecían fuertes y sanos, demasiado rápido para el gusto de sus padres y abuelos. Eran niños guapos e inteligentes, aprendían con rapidez y hacían las delicias de la familia. De nuevo, Draco pensó que tanta felicidad no podía ser posible. Por desgracia, esta vez acertó.

Intentó detenerla. Hizo todo lo posible. Se enfadó. Suplicó. Le rogó que no lo hiciera, que se quedara. Que lo hiciera por él, que lo hiciera por sus niños. Su hijo apenas tenía un año, la niña unos meses. Pero ella se mostró tan firme como cuando decidió traer al mundo a su hija. Le dijo que no se preocupara, que saldría bien. Él quiso ir con ella, pero ella no le dejó. Tenía que quedarse con los niños, tenía que cuidar de ellos. Ella regresaría y la felicidad volvería a estar completa. Draco, con el corazón destrozado, tuvo que dejarla marchar. De alguna manera, ambos sabían que no iban a volver a verse.

A medianoche, los niños empezaron a llorar. Fuera caía una tormenta que parecía anunciar el fin del mundo.

Harry Potter llegó a la Mansión Malfoy, intentando pensar cómo dar la noticia. No hizo falta. Vio a Draco, con sus hijos entre los brazos. Vio sus ojos enrojecidos por el llanto. Vio su corazón roto. Se limitó a entregarle la varita que ella había empuñado. No dijo nada, pero no fue necesario. Se quedó ahí hasta que llegó el alba. Se quedó allí cuando Lucius y Narcissa recibieron la noticia. Se quedó allí cuando tuvo lugar el discreto funeral.

Ante el mármol niveo bajo el que descansaba su esposa, Draco hizo un juramento. Juró que cuidaría de esos niños que ella le había dado. Juró que criaría a esos niños para que fueran tan buenos como lo fue su madre. Y juró que nunca nadie les haría daño. Aunque tuviera que acabar con todos los magos del mundo, uno por uno.

Este fic tiene banda sonora. Donde veáis un número, poned la canción correspondiente.

1. El vals de las flores - Tchaikovsky
2. Beauty and the Beast --- Challenger Orchestra Disney Performance (http://www.youtube.com/watch?v=OjnyZ9vAV5I)
3. Kaiser-Walts - J. Strauss (hijo)

Notas:

- Viena es, además de una ciudad, un Länder (Estado federado) de Austria, por eso Melinda lo menciona cuando Draco le pregunta su procedencia.

- El italiano intentando ligarse a la yanqui es una anécdota personal, igual que la plaza llena de parejitas y los músicos tocando música romántica. Cuando mis padres me llevaron a Venecia, juré que me casaría con el chico que pidiera un vals para mí en la plaza.

- También viví una escena parecida a la de la Torre Eiffel. Fui con el insti. Vi como un chico le regalaba una rosa a una chica. Una de las cosas más románticas y simples que he visto. París de noche es mágico.

- Esta historia no había pensado escribirla, pero la tenía en la cabeza. Más adelante, Lisse y Scorpius descubrirán por qué murió su madre.

- El Kaiser-Walts, o Vals del Emperador, es una de mis piezas favoritas (probablemente, el vals más bonito que he escuchado) Es también el vals favorito de Lisse, como se verá más adelante :P

- Me gustaría dedicar este fic a mi chico. No me lo merezco. Pero ahí está. Eres lo mejor.

Los Hermanos Potter  y el Secreto de la Cámara


Capítulo 06: Slytherin VS Gryffindor

Media casa Slytherin estaba casi histérica por las pruebas para el equipo de Quidditch de Slytherin llegó por fin, y media casa estaba con los nervios a flor de piel. Los jugadores eran muy populares y los buscadores, junto a los cazadores, más aún. Muchos chicos, y alguna chica, estaban deseando ocupar el puesto de buscador vacante. Todos querían llegar a superar a dos buscadores casi legendarios, Harry Potter y Draco Malfoy. Las chicas, además, querían demostrar que las féminas también tenían su lugar en el equipo, que, tradicionalmente, estaba compuesto por hombres (con pocas excepciones, en el pasado hubieron algunas cazadoras y una guardiana, pero nunca una golpeadora o una buscadora)

James, por supuesto, estaba tan o más nervioso que los demás, aunque intentaba disimularlo. Ante los demás, aparentaba gran seguridad en sí mismo y en sus habilidad, pero lo cierto era que, siendo hijo de uno de los que fueron considerados como los mejores jugadores de Quidditch (buscador, además), sentía que esperaban mucho de él. Por ello, aprovechaba casi cualquier momento libre para entrenar.

Muchos esperaban que Scorpius, el hijo del otro gran buscador, se presentase también a las pruebas, y prácticamente toda la escuela se sorprendió cuando el joven Malfoy no mostró el más mínimo interés por el puesto. A Scorpius el Quidditch le traía sin cuidado, era su hermana, como el chico trató de explicar, la que estaba como loca por jugar.

La paciencia de Albus, y de media casa Slytherin, sufrió una gran prueba a la hora de afrontar el nerviosismo de los miembros en general y de James en particular, pero por fin llegó el gran día.

- Me han dicho que serás nuestra ayudante hasta que termine el próximo partido.

Lisse miró al capitán del equipo de Slytherin, sintiéndose muy pequeñita. Grendel Wilkes, el capitán, de quinto curso, era un chico alto, ancho de espaldas y muy serio. Tenía fama de ser un chico peligroso si se le molestaba, pero lo cierto era que Lisse jamás le había visto un gesto amenazante o una palabra más alta que otra. Por lo que le había oído decir a James, Wilkes era un chico muy capacitado para el Quidditch, posiblemente uno de los mejores cazadores que el equipo había tenido. Había sido nombrado capitán el año anterior, y había dirigido el equipo con mano firme y dura, casi golpeando a sus jugadores cuando intentaban cometer alguna falta, cosa extraña en un capitán de Slytherin. Wilkes, orgulloso de sus habilidades, quería ganar y que sus triunfos no pudieran ser discutidos, por lo que insistía en un juego agresivo, pero limpio.

- Sí, eso me dijo el profesor Von Trussle.

- Bien. Las pruebas son esta tarde, a las cuatro y media. Me gustaría que estuvieras en el campo de Quidditch una hora antes, para prepararlo todo. ¿Puede ser?
- Claro.

- Bien, te espero después entonces, no llegues tarde.

Wilkes salió de la sala común, dejando a Lisse esperando a los chicos, que aún no estaban preparados para subir a desayunar.

- ¿Ese era Wilkes? - preguntó James, nervioso - ¿Te ha dicho algo?

- Que esté en el campo de Quidditch a las tres y media.

- ¿A las tres y media? ¿Pero las pruebas no eran a las cuatro y media?

Lisse, Albus y Scorpius no pudieron reprimir la risa al ver la cara de histeria de James.

- Tranquilo, Jimmy, las prueba siguen siendo a las cuatro y media. Pero el capitán quiere que esté antes para ayudarle a prepararlo todo.

- ¿A prepararlo todo? ¿A preparar qué? ¿Nos va a hacer alguna prueba en concreto?



Lisse pasó todo el día esquivando como podía a James. El pelinegro la acosaba a preguntas, que Lisse evitaba responder, en parte porque no conocía las respuestas, en parte porque disfrutaba viéndole sufrir. La niña y Albus hicieron lo que pudieron para despistar a James, pero no había forma: el chico siempre sabía dónde encontrarles (en parte gracias a su mapa) y parecía conocer un sinfín de atajos, porque por mucho que corrieran o por muy lejos que se fueran, siempre aparecía, seguido por Scorpius, que disfrutaba tanto o más que su hermana con el sufrimiento de su amigo.

- No entiendo cómo puedes divertirte tanto, a mí me parece insoportable.

Albus estaba molesto. Una vez más, su hermano, James el Magnífico, acaparaba toda la atención. Estaba harto de verle aparecer por todas las esquinas, de correr por medio castillo intentando evitarle y de no poder mantener una conversación decente con Lisse porque o bien aparecía James para asediarla con sus malditas preguntas o bien algún otro Slytherin comentaba algo sobre su hermano.

- Oh, vamos, Al, es genial verle tan desesperado.

- Sí, es genial encontrarlo hasta en la sopa.

- Venga, no me digas que no te divierte ni un poquito ver lo nervioso que está.

- ¿Mi hermano, nervioso? Mi hermano tiene el ego más grande del universo, tiene total confianza en que va a conseguir el puesto.

- Tu hermano está histérico, y ni él se cree que vaya a conseguir el puesto. Pero le gusta jugar a ser el amo del corral y por eso se da esos aires. Pero créeme, esta tarde no va a saber ni cómo se coge una escoba.

- ¿Tú crees?

Lisse le guiñó un ojo y se metió en un baño de chicas. Albus se apoyó contra la pared, esperándola y tratando de ignorar las miraditas burlonas que le echaban las chicas. Entre el primer curso, algunas de las niñas más tontas murmuraban sobre si eran o no novios. Lisse se reía cuando las escuchaba, y decía que no eran más que un grupo de ñoñas aburridas que no tenían nada mejor que hacer, pero a Albus no le gustaban las habladurías. De repente, un montón de gritos agudos salieron del baño, la puerta se abrió de golpe (Albus tuvo que saltar para evitar que se lo llevara por delante) y el pelirrojo vio a su hermano huyendo a toda velocidad, seguido por un grupo de chicas furiosas. Lisse salió, llorando de risa.

- Recuérdame que mate a mi hermano - masculló Albus, furioso - De la forma más lenta, cruel y dolorosa que exista.

Lo positivo de aquello fue que por fin se libraron de James, quien ni siquiera apareció por el comedor, por lo que pudieron almorzar tranquilos.


Alrededor de las tres y cuarto, Albus se despidió de Lisse y se fue a la biblioteca, donde esperaba encontrar a sus primos. La rubia le había propuesto que la acompañara y mirara las pruebas, pero Albus no tenía ganas de ver a un montón de gallos peleando por el mejor palo del gallinero. Lisse se encogió de hombros y se fue hacia el campo de Quidditch.

Encontró a Wilkes en el vestuario, en el cuartito del capitán. Estaba mirando unas fichas.

- Hola - la saludó el joven - Estaba repasando las notas sobre los miembros del equipo. Quiero repasar sus perfiles, me gustaría que el nuevo buscador encaje bien.

Lisse echó un vistazo.

- Son todo chicos - observó.

- Los mejores que tengo - Wilkes se encogió de hombros - Las chicas no encajan muy bien con el estilo de juego de Slytherin.

- Las chicas podemos ser muy agresivas también. Y además, solemos ser más rápidas que los chicos, dado que, en promedio, las chicas somos más pequeñas y pesamos menos.

Wilkes la miró. Aquella niña sabía de lo que hablaba. La había visto volar (solía estar atento a los niños de primero, en busca de talentos en potencia) y sabía que era buena.

- ¿Te gustaría estar en equipo?

- Me encantaría.

- ¿Qué puesto?

- Cazadora.

- El año que viene quedarán dos vacantes.

- Lo sé.

- ¿Te presentarás?

- Puede.

- Espero que estés preparada para entonces.

- Lo estaré. El puesto será mío.

- ¿Por qué estás tan segura?

- Un Malfoy siempre consigue lo que quiere.

La seguridad de la niña le arrancó una media sonrisa a Wilkes, más de lo que casi nadie había conseguido.

- Bien, te espero en las pruebas del año que viene, pues. Ahora, centrémonos en esta prueba - le pasó una lista de nombres - Estos son los candidatos. ¿Conoces a alguno?

- Conozco a Potter.

- ¿Y cómo es?

- Arrogante. Presuntuoso.

- Cómo vuela - aclaró el capitán.

Lisse meditó sus palabras.

- No lo he visto volar, pero mi hermano dice que lo hace muy bien. Como si fuese algo natural para él.

- Algo así tengo entendido. Es famoso entre los de su curso por ello - Wilkes se levantó y se dirigió hacia el armarito de materiales. Lisse le siguió. - ¿Es amigo tuyo?

- De mi hermano…

Wilkes cogió una bolsa de pelotas de golf y se la tendió a Lisse. Luego se acachó para sacar la Snitch del baúl.

- Coge la lista y reúnete conmigo fuera.


El capitán y la pequeña Malfoy pasaron el siguiente rato hablando sobre la prueba y sobre el trabajo que el joven esperaba que la niña hiciera. Le explicó que tendría que ayudarle a preparar los entrenamientos y recoger después de los mismos, tomar notas de lo que él le dijera, hacer de correo entre los jugadores y alguna que otra pequeña tarea. Después le contó lo que sabía acerca de los candidatos. El tiempo pasó rápido y los aspirantes llegaron al campo. Mientras el capitán echaba un primer vistazo a chicos y escobas, Lisse pasó lista. Había veintitantos candidatos, de todos los cursos. James le regaló una sonrisa nerviosa. Por un momento, Lisse se planteó hacerle un gesto de burla, pero el chico parecía estar al borde de la histeria y decidió devolverle una sonrisa de ánimo, que pareció envalentonar al pelinegro.

- ¡Bien! - exclamó Wilkes - ¡Antes de nada, quiero asegurarme de que sabéis lo que es una escoba, así que vamos a calentar dando unas vueltecitas al campo!

Les hizo dar no menos de quince vueltas, durante las cuales el capitán y Lisse hicieron unas cuantas observaciones sobre la técnica y la habilidad de vuelo. Los había que volaban bastante bien, otros parecían tener que esforzarse un pelín y unos pocos eran bastante patosos. Lisse no tuvo más remedio que reconocer que James volaba muy bien, tanto como Albus o puede que más, dado que tenía más práctica.

- ¡Suficiente chicos! ¡Ahora quiero ver lo rápidos que podéis llegar a ser! ¡Una carrera, desde estos postes de gol hasta los otros y volver, tres veces! ¡Los diez primeros se quedan, el resto se van!

Por un momento, Lisse creyó que en lugar de una carrera de escobas estaba viendo un combate de lucha libre. Unos pocos, con James a la cabeza, se lanzaron rápidamente. Otros, también pocos, se quedaron atrás. Pero la mayoría se concentró en una especie de bola, entre los que lideraban la carrera y los que se quedaban en la cola. Desde el suelo no podía verlo bien, pero por los gritos y gestos, Lisse podía adivinar una serie de patadas, codazos, agarrones de escoba…

- ¡Qué desastre! - masculló Wilkes - La deportividad nunca ha sido una marca de la casa Slytherin, pero esto es demasiado, me niego a jugar con todos estos cafres. Además, no me gusta el juego sucio, llevo media estancia escolar intentando evitar que mi gente cometa faltas…

Lisse dejó escapar una risita ante el comentario y siguió apuntando los nombres de los ganadores. Cuando llegó al décimo, le pasó la lista al capitán, quien ordenó parar la carrera-combate (algunos estaban tan enzarzados en su propia batallita que incluso los rezagados los habían superado casi sin darse cuenta) Algunos intentaron enfrentarse y reivindicar una segunda prueba, pero una mirada del capitán bastó para que hasta los de séptimo se marcharan refunfuñando.

- ¡Lo siguiente va a ser cazar unas cuantas de estas! - Wilkes levantó la bolsa de pelotas de golf - ¡Las haré volar con la varita, vosotros tendréis que cazarlas! ¡Los cinco que consigan atrapar más pelotas pasarán, los demás se largan!

Nuevamente la prueba se convirtió en una mini pelea, pero no tan salvaje como la anterior, en parte debido a la habilidad del capitán para lanzar las pelotas en las direcciones más disparatadas. Aquella prueba divirtió mucho a Lisse, y Wilkes, que empezaba a cogerle algo de afecto, le dejó lanzar las últimas tres pelotas. Todas fueron recogidas por James, quien, al término de la prueba, se las devolvió sonriente, confiado en su habilidad. Lisse hizo el recuento de pelotas. Al igual que en la primera prueba, James había ganado sobradamente.

- Lo siento por los que no han pasado - despidió Wilkes a los descartados cuando Lisse terminó de leer la lista - A vosotros os toca la prueba de fuego - con un gesto, mandó a los que quedaban de vuelta al aire - ¡Os presento a vuestro objetivo! - abrió la el puño y el sol reflejó su luz en una pequeña bola dorada - ¡La Snitch dorada! ¡Voy a soltarla y, tras cinco minutos, saldréis tras ella! ¡El que la coja, se queda con el puesto!

Las caras de los aspirantes reflejaron la ansiedad, el nerviosismo y la ambición por el puesto. Desde la distancia era difícil estar segura, pero a Lisse le pareció que James estaba blanco, pero parecía estar muy concentrado. Los cinco minutos se hicieron eternos para todos. Al fin, Wilkes dio un toque de silbato y los aspirantes se lanzaron en busca de la Snitch. Ninguno parecía saber muy bien qué hacer. Ninguno, excepto James, quien se lanzó hacia un punto concreto, hacia uno de los extremos del campo y ligeramente hacia arriba. Durante unos segundos, nadie se dio cuenta de ello, excepto Lisse, quien no le había quitado la vista de encima. La niña le dio un codazo a Wilkes y le señaló al pelinegro. El resto de candidatos se lanzó tras él, sin que la mayoría supiera con certeza dónde se encontraba exactamente la Snitch. Llegaron tarde, tras unos diez minutos de persecución, James cerró el puño entorno a la pequeña pelota. Con el brazo contra el pecho, el chico descendió junto a Lisse y se le tiró al cuello.

- ¡La tengo, Lisse, la tengo! - gritaba, emocionado - ¡Lo he conseguido, lo he conseguido!

Lisse estaba contenta por él. Lo abrazó con fuerza, se había dado cuenta de lo mucho que significaba aquel puesto para James. Mientras el pelinegro gritaba, saltaba y abrazaba a la niña, Wilkers acabó con las quejas del resto y los mandó de vuelta al castillo.

- Enhorabuena, Potter, pero lo duro empieza ahora. Tengo reservado el campo mañana, te espero a las cinco para un entrenamiento en solitario, el resto del equipo se nos unirá más tarde, quiero asegurarme de que trabajáis bien juntos - James asintió a todo, emocionado - Márchate y descansa, mañana te quiero lleno de energía.

James, para sorpresa de Lisse, obedeció inmediatamente. La niña y el capitán se entretuvieron terminando de recoger y volvieron al cuartito del capitán, pues Wilkes quería repasar los resultados de las pruebas. Podían oír a James tarareando alegremente en la ducha.

- Dame las notas y pasa a limpio los resultados de las pruebas, quiero tener uno o dos candidatos en la reserva, por si acaso.

- Yo me quedaría con éste - señaló Lisse.

- Este tiene mejores resultados…

- Y la mano un poco suelta, estuvo en la melé de la primera prueba y en la segunda casi tira a otro de la escoba.

La cabeza mojada de James apareció por la puerta y los interrumpió. El chico entró despacio y se quedó mirando alternativamente al capitán y a Lisse, como queriendo reunir valor para decir algo.

- ¿Y bien? ¿Vas a quedarte mirando lo guapos que somos o vas a decir lo que sea que venías a decir?

A Lisse se le escapó una risita por el comentario de Wilkes.

- Quería saber si… si podría…

- ¿Si podrías qué?

- Si podría… quedarme la Snitch.

Lisse lo miró sorprendida. No esperaba algo tan… sentimental, por llamarlo de alguna forma, de James. Wilkes lo meditó un momento.

- Bueno, vale. Acabamos de recibir unas cuantas nuevas, supongo que no pasa nada si te la quedas, de todas formas se cambian cada pocos partidos…

James esbozó una de esas sonrisas que tanto le gustaban a todo el mundo y se marchó a terminar de recoger sus cosas.

- Tú puedes irte también - el capitán se volvió hacia Lisse - Yo aún voy a quedarme un rato, pero no te necesito. Mañana te diré cuándo es el próximo entrenamiento.



James recorrió el camino de vuelta dando saltos cual Heidi por los montes. De vez en cuando soltaba la Snitch y la volvía a coger rápidamente. El niño estaba feliz, muy feliz. Lisse tuvo que correr para mantenerse a su ritmo.

Ni Albus ni Scorpius habían vuelto aún. El primero seguía en la biblioteca con sus primos, el segundo estaba cumpliendo parte de su castigo. James y Lisse se sentaron a esperar. El pelinegro seguía jugueteando con la pequeña bola dorada, y sonreía con orgullo cuando algún miembro de la casa le felicitaba por haber conseguido el puesto.

Al cabo de un rato entró Albus, cargado de libros y pergaminos.

- Hola - saludó, dejando caer la mochila y los volúmenes sobre un cojín.

- ¡Hermanito, lo he conseguido! - James le alborotó el pelo y puso la Snitch ante las narices.

- Ya lo sé, todo el mundo lo sabe - protestó Albus, medio riendo medio serio, apartando a su hermano.

- Ya verás, en el próximo partido la gente va a flipar, la escuela entera me va a hacer la ola…

James siguió un rato hablando de Quidditch, sin apenas darse cuenta de que su hermano se aburría. A Albus no le importaba mucho el Quidditch, aunque en su casa siempre habían sido grandes seguidores del juego. El pelirrojo, aunque disfrutaba de un buen partido y se alegraba de ver ganar a su equipo, encontraba un poco estúpido que el estado de humor y las simpatías de alguien estuviesen sometidas a cuatro pelotas. Además, aquello era otro punto para su hermano, que ya era el simpático, el divertido, el guapo, el que más se parecía a su padre…

Tanto Albus como Lisse se alegraron cuando Scorpius llegó por fin. El rubio estaba sucio y tenía cara de cansancio, pero también una gran sonrisa.

- Perdón por el retraso, pero he pensado que la ocasión merecía algo especial - se disculpó, lanzando unos pastelitos a los demás.

- ¿De dónde has sacado esto? - preguntó Albus, mientras James, que apenas había sido capaz de comer en todo el día, devoraba con apetito la comida.

- De las cocinas, ¿de dónde si no? - Scorpius vació sus bolsillos. Un pequeño banquete de dulces variados se amontonó frente al fuego

Decidieron no subir a cenar y comer los dulces ante el fuego, mientras charlaban animadamente. El cansancio de Scorpius y el ligero mal humor de Albus se evaporaron rápidamente. Se estaba demasiado bien allí, con los mejores amigos que pudieran tenerse, calentitos frente al fuego, comiendo golosinas y riendo. Los cuatro se sintieron muy afortunados.



Las pequeñas tertulias junto al fuego se convirtieron en una pequeña costumbre de los cuatro amigos. Los deberes aumentaban, Scorpius y Albus seguían castigados y la proximidad del primer partido de Quidditch, que sería poco antes de las vacaciones de Navidad, absorbía casi todo el tiempo libre de James, que tenía que entrenar, y de Lisse, cuyo castigo era cada vez menos un castigo y cada vez más una diversión.

James encajó rápidamente en el equipo, debido a su gran habilidad para volar y a los excelentes resultados que obtenía en los entrenamientos. El resto del equipo, todo chicos de entre cuarto y séptimo curso, aceptó sin problemas al nuevo miembro, a pesar de que era bastante más pequeño que ellos, en parte por la disciplina que Wilkes imponía (capaz de doblegar incluso a los más mayores), en parte porque James era el tipo de persona capaz de ganarse casi a cualquiera.
También Lisse se había acoplado al equipo bastante bien. El capitán la apreciaba y el resto del equipo la “adoptó” como ayudante oficial.  La niña trabajaba bien y sabía bastante de Quidditch. Wilkes estaba complacido: el material siempre estaba a punto, los chicos siempre sabían dónde y cuándo habían quedado (a veces, los días en los que no podían entrenar se reunían para discutir estrategias o para comentar lo que sabían de otros equipos) y, como la mayoría de los alumnos de cursos superiores apenas reparaba en los niños de primero, los jugadores de otros equipos apenas se daban cuenta de que Lisse rondaba cerca y no cortaban sus conversaciones.


Scorpius hubiese jurado que la profesora Taylor estaba practicando con sus alumnos las pociones más pegajosas que existían. De otra manera, era inexplicable que cada día tuviera no menos de quince calderos por limpiar. El chico estaba convencido de que la profesora aprovechaba su castigo para vengarse por el “incidente” del curso anterior.


El castigo de Albus no era excesivamente cansado: Von Trussle se limitaba a pedirle que ordenara pilas de pergamino o pasara a limpio listados con las notas. No era difícil, pero sí monótono. El pelirrojo, al principio, estuvo algo nervioso, pues el profesor le imponía mucho. Pero pronto, cuando se percató de que el hombre apenas parecía notar su presencia, se perdió en sus propios pensamientos. Tuvo tiempo de sobra para estudiar al profesor y su despacho.

La palabra que mejor lo definía era “oscuro”. Vartan Von Trussle era alto y delgado, entre siete y diez años, como mínimo, más joven que su padre (Albus calculó que, probablemente, ni siquiera coincidieron en la escuela) Tenía la piel clara y el cabello castaño oscuro, tan oscuro que se veía negro cuando había poca luz. Sus ojos eran azules y fríos, como una puñalada de hielo. Vestía siempre con ropa oscura y nunca se le veía una sonrisa que no fuese irónica o de burla. Su rostro serio, su mirada penetrante y su pose algo altanera le valían el respeto, o mejor dicho, temor, de todos los alumnos.

El despacho era oscuro y serio, como el profesor. Estaba repleto de libros sobre artes oscuras, algunos sobre cómo defenderse ante ellas y otros simplemente acerca de las mismas, además de una pequeña colección acerca de seres mágicos de todo tipo. También había una gran cantidad de objetos, muy variados, cuyo uso Albus no podía intuir. Nada en la sala, ni en el profesor, dejaban entrever nada sobre su personalidad o su vida privada.

Pese a todo, Albus admiraba a aquel misterioso y oscuro profesor. Se fijaba en sus movimientos, en sus palabras, en su forma de ser. No tardó en percatarse de la extraña relación que mantenía con la profesora Taylor. Era habitual verles charlar durante las comidas o cuando ninguno de los dos tenía nada que hacer. Sin embargo, había algo que no encajaba del todo. Taylor era radicalmente opuesta a Von Trussle: una mujer alegre, siempre vestida con ropa colorida y a la moda y con afición a charlar con sus alumnos y a sonreír. La única cosa que ambos parecían tener en común era su edad (¿tal vez antiguos compañeros de clase?) Corría el rumor de que mantenían una relación secreta, pero Albus jamás vio nada que pudiera interpretarse de esa manera. De hecho, era difícil imaginar a Von Trussle con una novia. Hasta era difícil imaginarle con amigos…

El partido Slytherin-Gryffindor tenía a toda la escuela revolucionada. Razones no faltaban: era el primer partido del curso (y tanto los de Ravenclaw como los de Hufflepuff querían aprovechar para tomar buena nota del trabajo de los dos grandes rivales por excelencia), la rivalidad entre ambas casas era más que legendaria y, además, estaba el nuevo buscador de Slytherin. Era muy poco habitual que alguien de segundo jugara (de hecho, Fred comentó que, según le habían dicho, James era el jugador más joven desde los tiempos de Harry Potter y Draco Malfoy) y se rumoreaba que James tenía todas las papeletas para convertirse en el mejor buscador de Hogwarts. Los rumores se habían visto alimentados por el jugueteo constante de James con su Snitch (McGonagall le advirtió en varias ocasiones que si lo volvía a ver con ella, se la pondría para desayunar) y por los propios alumnos de primero y segundo, especialmente los de Slytherin.

También creaba bastante expectación la escoba que James había recibido: la nueva versión de la Saeta de Fuego, en edición especial. Una escoba hecha a mano, personalizada para cada poseedor. Carísima y exclusivísima, incluso los equipos profesionales tenían problemas para hacerse con una. Ni siquiera James esperaba esa escoba (él había pedido una Saeta de Fuego normal, incluso se hubiese conformado con la vieja escoba de su padre) y casi se cae al desenvolverla. Harry la había decorado con un león dorado en la punta del mango, de cuya cola nacía una serpiente que envolvía todo el mango. El nombre de James (“James S. Potter”) estaba también grabado en ella. Prácticamente todo el colegio se acercó a intentar verla, hasta que los profesores les obligaron a dispersarse, y Lisse babeaba, literalmente, por ella.

El gran día llegó por fin. Desde primera hora de la mañana, no se habló de ninguna otra cosa. Incluso hubo profesores que prefirieron dejar sus clases a medias y mandar el resto de la lección como deberes, dada la imposibilidad de hacer que sus alumnos cambiaran de tema.

James, por segunda vez en su vida, estaba al borde de la histeria. Aún había quien consideraba que no tenía lugar en el equipo (en especial los que habían sido rechazados) y tenía que demostrar que era, como algunos afirmaban, el mejor buscador desde su padre. Scorpius prácticamente le metió la comida a presión, argumentando que no podía enfrentarse a un partido con el estómago vacío.

La mañana se hizo eterna, las clases pasaban con lentitud y los nervios no hacían sino aumentar. Lisse se dirigió hacia el campo un poco antes, pues había quedado en echar un vistazo a los vestuarios y dejar preparadas bebidas y toallas para el equipo, de forma que estuviera todo listo para cuando terminara el partido, para poder irse a las gradas.  

Para sorpresa de la niña, James ya estaba allí. Se había quitado la camisa del uniforme, quedándose con una camiseta interior, y tenía la túnica del equipo entre las manos. Tenía la mirada baja, los ojos fijos en algún punto del infinito.

- ¿Nervioso?

James se sobresaltó.

- ¿Qué haces aquí?

- Soy yo quien debería hacerte esa pregunta – Lisse se sentó junto a James y le quitó la túnica de las manos, con suavidad – Es muy bonita. Espero tener una igual pronto.

- Créeme, no te gustará. A menos que te guste tener un montón de culebras retorciéndose por tus intestinos…

Entre ambos se hizo un silencio, que ninguno de los dos sabía muy bien cómo romper. Al poco, el resto del equipo llegó y los dos pequeños se dedicaron a sus tareas: Lisse, ayudar en lo que podía y hacer lo que le mandaban y James, terminar de cambiarse e intentar no vomitar lo poco que había comido.

Fuera se escuchaba el griterío de la gente que empezaba a ocupar las gradas. El cielo estaba despejado, el aire era fresco, pero el sol calentaba lo suficiente para evitar que los jugadores se congelaran.

Con un nudo en el estómago, James se puso al final de la fila formada por el equipo. Podía sentir como su cuerpo temblaba. Sujetó su escoba más fuerte. El contacto con el palo le hacía sentirse un poquito más seguro.

Maggie Jenkins, la comentarista, anunció la entrada del equipo de Gryffindor, y un estallido de aplausos recibió a los jugadores de color rojo y oro. Después fueron anunciados los chicos de Slytherin, y seis túnicas verdes y plateadas salieron disparadas, acompañadas por los aplausos, un poco menos numerosos, pero compensados con los nombres de algunos jugadores gritados por la afición.

James, al oír su nombre, pensó que se iba a desmayar, pero en cuanto pegó una patada en el suelo y su escoba se elevó, sintió que sus nervios se habían quedado en el suelo. El aire frió le golpeaba la cara y le revolvía su ya despeinado cabello, dándole una extraña sensación de felicidad. Desde el aire, vio como toda la casa de Slytherin estaba volcada en el equipo. Entre el resto de hinchadas se distinguía alguna mancha verde y plateada entre la marea roja y dorada. Aguzando el oído, pudo entender los nombres coreados de algunos de sus compañeros de equipo. Se sonrojó un poco al oír el suyo entre los gritos. Casi todos los alumnos de primero y segundo lo miraban y coreaban su nombre, especialmente algunas chicas. Sonrió al distinguir a su hermano y sus amigos: Albus se había subido a su asiento para ver mejor al pelinegro y Scorpius sujetaba a Lisse con un brazo (el otro lo agitaba en alto), intentando evitar que la niña, que tenía medio cuerpo fuera de la baranda que protegía la primera fila, se cayera. Lisse había subido lo más rápido posible hasta las gradas, donde su hermano y Albus le habían guardado un sitio en la primera fila de la hinchada de Slytherin.

De pronto, entre todo el ruido, se escuchó el sonido del silbato y la Quaffle fue puesta en juego. James respiró hondo, deseó lo mejor a sus compañeros en silencio y se concentró en su papel: encontrar la Snitch. Wilkes había sido muy claro en ese sentido. No debía preocuparse por la Quaffle o las Bludgers, sólo por la Snitch.

El pelinegro no tardó en darse cuenta de que la teoría era mucho más fácil que la práctica. En los entrenamientos, le había resultado relativamente sencillo encontrar la bolita dorada, pero en el partido había el doble de jugadores y las Bludgers, además de perseguir por sí mismas a los jugadores, eran enviadas con la mayor fuerza posible por los golpeadores contrarios. La agilidad de James fue puesta a prueba en más de una ocasión, y en todas las superó con nota. Ser más pequeño que el resto y tener la mejor escoba del mercado contribuían bastante a ello.

Estaba tan concentrado en encontrar la Snitch, evitar que una Bludger, u otro jugador, se lo llevara por delante y en no perder de vista al buscador rival, que apenas podía seguir el desarrollo del partido. De vez en cuando, los gritos de alegría y frustración de la hinchada le indicaban que alguien había marcado un gol, pero era casi imposible determinar qué equipo había marcado.

El tiempo corría, los equipos marcaban (y cometían alguna que otra falta) y la Snitch no aparecía. El partido se alargaba y no había señal alguna de la pequeña bola. En un par de ocasiones, James cruzó la mirada con el buscador de Gryffindor. Al principio, se miraban casi con odio. Conforme pasaba el tiempo, el odio empezó a ser sustituido por desconcierto.

El sol empezaba a ponerse. De pronto, entre los rayos rojizos, se distinguió un brillo, cerca de los postes de gol de Gryffindor. ¿Sería la Snitch o un reflejo de los postes por el sol poniente?

Todo el estadio miró sorprendido al buscador de Slytherin lanzándose como un misil contra el guardián de Gryffindor. Las dos Bludgers fueron esquivadas. Los jugadores encontraron más práctico apartarse de su camino. La Quaffle, bajo el brazo de uno de los Cazadores de Slytherin, había quedado olvidada, pues todos estaban mirando al buscador. El mismo guardián de Gryffindor se quedó sin saber muy bien qué hacer. Parecía que se iban a chocar… pero en el momento justo, James viró ligeramente hacia un lado y pegó una especie de puñetazo a escasos centrímetros de la cara de su rival. Todo el estadio se lo quedó mirando como si estuviera loco. Wilkes ya tenía preparada una buena sarta de improperios para dedicarle a su buscador y el árbitro tenía preparado el silbato para pitar la falta cuando…

- ¡¡LA TENGO!!

James se volvió y dio una vuelta al campo, con el puño levantado. El estadio estalló en aplausos y vítores, junto con todo el equipo de Slytherin, que se apresuró acompañar y fundir a su buscador con palmaditas y revueltas de pelo. El equipo de Gryffindor pasó por unos instantes de decepción, pero luego se sumó educadamente (y de forma más comedida) a los aplausos.

El partido fue el tema de conversación durante todo el fin de semana. James, ya bastante conocido por sus trastadas, se hizo famoso en todo el colegio, y se convirtió, oficialmente, en una de esas personas a las que medio colegio ama y medio colegio odia. Algunos decían que esa captura pasaría a la historia, junto a la primera captura del padre de James, y casi todos afirmaban que James era igual de bueno que Harry, si no mejor.

El ego de James se hinchó bastante con las constantes felicitaciones y las peticiones de que relatara una y otra vez el partido, hasta el punto de que Lisse y Albus, aunque contentos por la victoria, pasaron la tarde del domingo en los jardines, junto a los primos del pelirrojo, hartos de oír una y otra vez los otros comentarios.

- Espero que el próximo partido lo pierda, porque si no, no va a haber quien lo aguante – se lamentó Albus, poniendo los ojos en blanco de una forma tan cómica que arrancó las risas de todos los presentes, a los que se unió divertido. Estaba feliz y orgulloso de su hermano, pero lo cierto era que si el ego de James no dejaba de ser alimentado, las vacaciones iban a ser muuuy largas…



Making Off:

- No os imaginais el frio que hace en mi altillo (subo porque aquí tengo mi estudio, donde puedo leer, escribir, estudiar, jugar y ver 7 Vidas tranquilamente) ni lo difícil que es escribir con guantres... 

 - Creo que no se me da muy bien escribir Quidditch XD. Cierta persona prometió ayudarme pero…
- Quería terminarlo en Navidad, pero me fue imposible. Tenía que estudiar. Mucho.

- La parte del Quidditch la escribí el otro día en el metro, sin poder mirar lo anterior. Espero que haya quedado bien…

- Para los que estabais impacientes, en el blog oficial del fic puse un par de chucherías para endulzar un poco la espera (y sentirme menos culpable) El blog tiene algunos contenidos exclusivos (pocos, pero los tiene), si no entrais es vuestro problema :P

 

Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio